Una Vida Como Cualquiera

Una Vida Como Cualquiera
Mi vida contada desde una perspectiva diferente. Desde un ángulo ajeno.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Capítulo 1: El Principio del Fin

Mientras Manuel sostenía las manos de Joanne entre las suyas, trataba de evitar el llanto que se le venía encima.
Joanne, con sus 17 años se marchaba a una ciudad lejana para terminar exitosamente sus estudios, dejando solo a Manuel.
Joanne, una chica de 1.68 de altura; delgada pero de contextura gruesa, ojos alargados color marrón claro, unos labios perfectamente dibujados bajo su respingada pero algo ancha nariz. Cabello largo, lacio y castaño; aunque en esta oportunidad lo llevaba amarrado y usando un flequillo que le caía sobre la frente completamente.
Lo que a muchos les parecía algo misterioso era el pálido color de piel de Joanne, al menos así era como sus compañeros de clase la veían y, cada vez que le preguntaban sobre su tono de piel ella simplemente respondía:
- No me gusta broncearme.
Esta respuesta no satisfacía a muchos, quienes la catalogaban de vampiro, en especial a aquellos que eran seguidores de Twilight.
Ella era la enamorada de Manuel, un chico de 1.80 de altura, cuerpo atlético y grandes ojos color café oscuro, labios delgados y una nariz algo pronunciada. Llevaba siempre su espesa cabellera negra a un lado de la frente.
Ambos estudiaban en la misma secundaria, la cual estaban ya por terminar. Lamentablemente Joanne no seguiría más tiempo con sus compañeros, a quienes conocía desde que su padre decidió que debían mudarse a aquella ciudad por motivos de trabajo. Tendría que dejar todo lo que construyó con tanto esfuerzo para tener que comenzarlo de nuevo.
El plan de Joanne era llamar a Manuel cuando se encuentre en su nuevo destino y contarle todo lo que había pasado para que ella tuviera que irse; pero Lorena, "mejor amiga" de Joanne, al enterarse de que se marchaba fue corriendo para ser la primera en contárselo a Manuel, quien reaccionó de una manera un tanto hosca, ya que Lorena le había contado incluso el plan que Joanne había estado armando.

- ¡Tuviste que habérmelo dicho en cuanto te enteraste Joanne! - le replicó Manuel el día en el que se había enterado de todo lo que su enamorada iba a hacer - No sabes lo enojado que me pone esta situación. ¿Pensaste que así ibas a hacerme menos daño que contándomelo cuando tenía oportunidad? Sabes que estoy embobado contigo y el haberte ido así me hubiera hecho entrar en shock.
Joanne tan solo lo escuchaba, o al menos eso era lo que aparentaba.

En aquel momento en la estación de tren se encontraban Manuel y Joanne, sostenidos de las manos, sentados en una banca mientras esperaban la llamada que anunciaba que los pasajeros tenían que abordar el tren. La cabeza de Joanne reposaba en el hombro de Manuel, al momento en que él recostaba su cabeza sobre la de ella.
Manuel se acomodó firmemente en la banca y sacó la mitad de una cadena que llevaba colgada al cuello, tenía la forma de un corazón roto por la mitad. Sin decirle nada a Joanne se quitó la cadena y vio directamente a Joanne a los ojos.
- Toma - le dijo mientras colocaba la cadena en la mano de su enamorada -. Quiero que tengas esto.
- Pero yo no lo quiero - le dijo Joanne -. Tu me diste uno por el día de San Valentín, y casualmente yo te di uno igual. No quiero que me regales el único recuerdo que tendrás de mi.
- No te lo estoy regalando - le respondió Manuel -. Lo que quiero es que cuando regreses me lo entregues. Tendré que verte de nuevo en algún momento, y cuando llegue, me entregarás la cadena.
Joanne se quedó sin palabras. Con firmeza cogió la cadena y la guardó en su bolsillo mientras volvía a recostar su cabeza sobre el hombro del muchacho de quien tendría que despedirse en unos momentos.
- Joanne, mírame.
La chica levantó la mirada hacia su enamorado. Ambos con ganas inmensas de llorar pero siendo fuertes por el otro.
- Cuando regr...
- Todos los pasajeros a abordar el tren número 4, por favor ingresar ya - gritaba el anunciante a través de un megáfono.
Joanne se levantó bruscamente y corrió hacia el vagón en el que tenía que entrar, pero Manuel la detuvo cogiéndola del brazo fuertemente.
- No te puedes ir ahora Joanne. He estado recolectando valor para decirte lo que tengo en mente, y lo escucharás ahora.
- Tengo que irme Manuel, lo siento.
Y, desprendiéndose de la fuerte mano de su enamorado, Joanne se dirigió rápidamente hacia el tren, dejando atrás a Manuel, parado al borde de la banca, con la mirada perdida.

Ya era la hora, Joanne había atravesado la puerta del vagón número 7. Manuel aún no se recuperaba del shock en el que había entrado. Simplemente esperó a que el tren comience su marcha a aquel lugar desconocido, del que Joanne volvería alguna vez.

®Derechos Reservados. Adrián Ríos Goicochea

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